Desde 2008, un grupo de investigadores de la Universidad Complutense de Madrid estudian lo ocurrido en el Franquismo. El último de sus trabajos les ha llevado hasta este destacamento penal.
Hoy continúa la polémica a la hora de describir lo acontecido entre 1936 y 1975. El muro de silencio levantado ante las profundas heridas infligidas a nuestra sociedad por un golpe militar que, al fracasar, desencadenó una guerra civil saldada con la victoria del bando rebelde. No obstante, en la actualidad, las iniciativas de víctimas y familiares y el trabajo de los investigadores sacan a la luz testimonios, historias, restos y documentos hasta ahora ocultos o en el olvido. Así, contribuyen a disponer de más elementos para interpretar lo ocurrido en esos casi 40 años.
Es en este marco donde se sitúa el trabajo realizado por un grupo de jóvenes arqueólogos e historiadores de la Universidad Complutense de Madrid en lo que fue el destacamento penal de Bustarviejo, situado en la Sierra Norte de Madrid. Éste fue uno de los nueve destacamentos instalados en el tramo comprendido entre Chamartín y Garganta de los Montes para construir el ferrocarril “directo” de Madrid a Burgos. El destacamento de Bustarviejo, situado a kilómetro y medio del pueblo, estaba preparado para 250 prisioneros, alojando de media anual entre los años 1944 y 1952 a un centenar de presos, empleados en la construcción de un viaducto, dos túneles y una estación de tren ubicada en las afueras del pueblo, a cargo de la empresa contratista Hermanos Nicolás Gómez, que se benefició de la política de “redención de penas por el trabajo”.
Los restos existentes se pueden englobar en tres grupos: relacionados con la represión y la vigilancia (complejo de barracones, patio y cuerpo de guardia: viviendas de los guardianes, garitas de vigilancia…); relacionados con el trabajo; y de habitación de los familiares de los presos (que vivían en el destacamento, con comunicación limitada con los internos). Del estudio arqueológico de los restos, cotejado con testimonios orales de familiares de presos y lugareños, se puede inferir que las condiciones de vida allí eran bastante duras: trabajo agotador y peligroso, dieta escasa, adoctrinamiento religioso y político de los presos, miseria y aislamiento de los familiares…
Reflejo de una ideología
Nada chocante, dado el concepto que tenía el Estado de los allí confinados: integrantes de la anti-España que estaban purgando sus pecados. Estos destacamentos suponían para los presos la “última estación” antes de la libertad, donde reducían su condena a través del trabajo y desde donde accederían al tercer grado. Esto, sumado a la presencia en el destacamento de sus familias, resultaba una razón de peso para olvidar cualquier tentativa de evasión. Pese a ello, están documentadas varias fugas, alguna de ellas exitosa.
Al recorrer los restos junto a los investigadores sorprende el aceptable estado de conservación, pese a estar ubicados en plena dehesa municipal, lo que ha influido en que parte de sus instalaciones –los barracones– hayan seguido utilizándose para guardar ganado. Los barracones son, pues, el espacio mejor conservado, complejo que englobaba también el cuerpo de guardia, separado de los barracones de los presos por el patio central. A simple vista, se observa la diferencia de construcción entre una zona y otra: el cuerpo de guardia tiene el dintel de la puerta alineado con los de las ventanas, permitiendo una visibilidad óptima, mientras que en los barracones es el alféizar de las ventanas el que se alinea con el dintel de la puerta, pues se pretende aislar a los prisioneros. También la disposición de las distintas garitas de vigilancia: están construidas para repeler una amenaza externa, probablemente debido a la actividad del maquis en la zona.
Condiciones de esclavitud
En este destacamento también se pueden comparar las viviendas de los guardianes con las de las familias de los presos, las primeras estaban mucho mejor construidas y la construcción de las segundas (con sala única de 2x2 metros) parecía responder a un plan (mismo diseño para todas y presencia de cemento en su construcción). El destacamento penal de Bustarviejo estaba enclavado en un bello paisaje, pero sólo si se contempla en libertad; si no estás obligado a vivir allí con lo mínimo y soportar un sol de justicia en verano y un frío extremo en invierno, trabajando hasta la extenuación sin las más básicas condiciones de seguridad.
Los investigadores que han realizado este proyecto no ocultan la intención política de su trabajo, no sólo porque toda investigación supone una toma de postura, sino porque además “el mero hecho de llamar la atención sobre la existencia de restos recientes de campos de concentración en nuestro país, junto a las ciudades y pueblos en los que vivimos, es ya en sí un hecho subversivo, que nos obliga a mirar no sólo el pasado, sino el espacio de nuestra vida cotidiana, de una forma diferente”. En esta investigación han jugado un papel especial los arqueólogos, que, frente a la idea extendida que asocia su área de conocimiento a la investigación de antiguas civilizaciones, reivindican el papel de primera importancia que puede jugar la arqueología aplicada al pasado reciente, ya que “lo que existe físicamente es mucho más difícil de negar y de olvidar que lo que se encuentra sólo en nuestra memoria, aunque sea colectiva”.
Un reto: su visibilización
Este proyecto contempla el trazado de rutas, la apertura de un centro de interpretación y la realización de visitas guiadas, pero siempre con la pretensión de causar el mínimo impacto en la zona. Su objetivo es no limitarse a los círculos científicos y poder ofrecer a la sociedad este pedacito de su historia reciente, pero también desde la consciencia de trabajar en un paisaje delicado y muy sensible al tránsito, por lo que la intención es huir de la masividad.
ALACALLE
Texto: Roberto Blanco Tomás. Foto: David Fernández.
Publicado en Diagonal el 29 de julio de 2010.
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